15 de agosto de 2025 07:42
  • Hugo Alcayaga Brisso, periodista

 

Cuando el cobre fue nacionalizado por el gobierno popular del presidente Salvador Allende,  hace 54 años, se advirtió que venía en tiempos no previstos, inmediatos, mediatos o más lejanos,  una sucesión de represalias y hostilidades por parte de Estados Unidos, los que ahora corrobora el furibundo mandatario Trump, un personaje de ultraderecha  con vocación por la demagogia y gendarme de la Casa Blanca para aplicar su intervencionismo descarado en todos los países de todo el mundo y esta vez mediante amenazas arancelarias.

El anuncio de Trump de aumentar en 50% los aranceles fueron formulado en circunstancias que el 11% de la producción del codiciado metal del país tiene su destino en Estados Unidos y en particular se trata de cátodos de cobre, de los cuales cerca del 70% lo aporta a la empresa estatal Codelco.

Estos días hay que afrontarlos con acciones concretas “contra el pulpo del imperialismo” como cantaban los socialistas antes de la dictadura y antes que su partido se renovara. Obviamente la citada potencia extranjera se personifica en Trump, el emperador del planeta.

La recuperación del metal rojo por parte del Estado de Chile tiene una fecha histórica, inolvidable en el alma de la patria: el 11 de julio de 1971 marca una jornada memorable, en que el Congreso Pleno aprobó por unanimidad el clamor del pueblo chileno inserto en la iniciativa presidencial que era también una segunda independencia. Al fin se arrebataba de poderosas empresas norteamericanas el control del principal recurso natural de exportación del país.

Esa fecha es recordada como el Día de la Dignidad Nacional, por cuanto consagraba una soberanía total. La riqueza proveniente de las exportaciones de cobre debía cimentar la nueva sociedad que se comenzaba a construir, en que el pueblo y la clase trabajadora eran los protagonistas al cabo de largos años de abandono y miseria, asegurando igualmente la estabilidad y la proyección de las generaciones futuras.

Una mirada retrospectiva indica que lo ocurrido ha sido desolador: tras el golpe militar y la muerte de Allende, Chile fue desfigurado. Durante la dictadura las patrullas castrenses asesinaron a no menos de 5 mil compatriotas y desataron el terror, en tanto los generales y almirantes golpistas imponían un modelo económico neoliberal para seguir enriqueciendo a los ricos y demoler las aspiraciones de las clases populares.

Con la intrusión del pinochetismo la principal conquista económica y social del siglo XX inició su involución. Increíblemente la desnacionalización del cobre se concretó en la época de la Concertación que dejó al Estado con la propiedad de solamente un 28%.  La mayor parte fue privatizada y permanece en manos de consorcios internacionales que operan bajo un sinnúmero de nombres de fantasía y que cada año obtienen fabulosas utilidades.

A su favor está la invariabilidad tributaria que introdujo el ex presidente Lagos. Aun disminuido hasta el día de hoy el cobre sigue siendo el sueldo de Chile, como lo llamaba Allende.

En su calidad de jefe del imperio yanqui, el magnate Trump tiene sus propias razones para castigar a Chile a partir de agosto. Sabe que el presidente Boric es un admirador de Allende y le molestó sobremanera que el actual jefe de Estado chileno haya rechazado su desafortunada intervención en el conflicto del Medio Oriente, lo que ha ocurrido por primera vez desde la dictadura.

Asimismo, posee información de que una candidata comunista tiene buenas posibilidades de acceder a La Moneda a fines de este año. Claramente de que la Izquierda gane lo saca de quicio. Trump prefiere que gane un político como él, de extrema derecha fascista, como es el caso de Kast, inscrito en la carrera presidencial, o como Bolsonaro o Milei, sus sobrinos favoritos.

Gabriel Boric no se encuentra entre esos políticos prehistóricos, asistió a la cumbre de los Brics, en Brasil y convocó al cónclave “democracia siempre”, en Santiago con participación de destacados líderes del progresismo latinoamericano y de España. Estos son argumentos suficientes para aplicar un doble castigo a Chile, que en estos momentos no está alineado tras las medidas del imperialismo invasor.

Trump ha encarecido las operaciones del cobre chileno, en momentos en que Estados Unidos disminuyó la fabricación de automóviles eléctricos que requieren metal rojo. Hay quienes dicen que se trata de otra pachotada del mandatario norteamericano que suele usar a otros países como su patio trasero a través de dictados que toman por sorpresa al resto del mundo.

El quincuagésimo cuarto aniversario de esta significativa fecha quiso ser opacado por el cabecilla del intervencionismo mundial. Sin embargo, solo recibió una firme respuesta del presidente Boric: “hoy como ayer Chile seguirá produciendo y vendiendo cobre de alta calidad a todos los países que lo necesiten”.

En el acto de celebración de este aniversario, en la división El Teniente de Rancagua, el gobernante recordó que nuestro país tiene una larga tradición de multilateralismo y de respeto por el derecho internacional, con el único propósito – dijo – el bienestar de Chile y sus habitantes.

Afortunadamente este país del fin del mundo posee importantes y generosos yacimientos cupríferos y felizmente tuvo un visionario presidente de la República que arrebató de grandes empresas extranjeras el control del cobre con la certeza de que era y seguirá siendo el sueldo de Chile. Sin duda alguna, con gobiernos de distintos colores, el paso de los años le ha dado la razón.

El cobre nacionalizado se asocia a la democracia, la igualdad y la dignidad, valores por los cuales luchó el presidente Allende al sacrificar su vida en La Moneda. Hoy el movimiento popular debe mantener esas banderas en alto para afrontar nuevos y arteros embates del imperio yanqui.

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