
- Pamela Alarcón García, docente, lLicenciada en Trabajo Social Universidad Andrés Bello.
Vivimos en una región en que nuestra ciudadanía envejece sistemáticamente y a paso acelerado. Según los datos preliminares del Censo 2024, el 15,2% de la población del Maule tiene más de 65 años. Más que un mero dato demográfico, estás cifras reflejan el rostro de nuestros abuelos, vecinos, padres y madres que han construido con esfuerzo la historia de nuestra ciudad, y nos llaman a observar con atención una nueva realidad de la que nuestra generación, activa laboral y socialmente, debe abordar desde las políticas públicas, la humanidad y la empatía.
Desde mi mirada como trabajadora social y mujer de fe, no puedo dejar de ver algo profundamente humano en este fenómeno: el alma envejece con el cuerpo, pero nunca pierde su valor ni su propósito. Por ejemplo, veo que realidades como la desnutrición en adultos mayores en Chile tiene causas multifactoriales, en que tienen responsabilidad tanto las instituciones del Estado como las familias y comunidad local:
Factores económicos y sociales: La falta de ingresos suficientes limita la capacidad de los adultos mayores para adquirir alimentos nutritivos. Además, la soledad y el aislamiento social, especialmente en zonas rurales, agravan la situación, creando un contexto existencial con pocas o ninguna esperanza sobre el futuro cercano.
Escaso acceso a programas de apoyo: Aunque existen incitativas de apoyo vigentes, donde destaca el Programa de Alimentación Complementaria del Adulto Mayor (PACAM), más del 60% de sus beneficiarios no retira los alimentos fortificados que se les ofrecen, lo que arroja alarmas relativas a la eficiencia de la distribución, las posibles dificultades de los beneficiarios para acercarse a los lugares de entrega o la falta de información efectiva.
Responsabilidad familiar: La desintegración de las redes familiares y la migración de los más jóvenes, ya sean nietos o hijos, hacia zonas urbanas en busca de mejores oportunidades, ha dejado a muchos adultos mayores sin el apoyo cotidiano básico necesario, aumentando su vulnerabilidad y precariedad de sus hogares, así como la capacidad de respuestas inmediatas ante accidentes.
¿Por qué pasa esto? En mi opinión, no basta con ofrecer compensación nutricional; es fundamental entregarles cuidado más humano, acompañamiento empático y crear un espacio de dignidad.
Desde la fe cristiana, creemos que el ser humano no es sólo cuerpo, sino que somos creados como un alma viviente, (Génesis 2:7), lo que significa que poseemos un cuerpo físico y un alma inmaterial que nos permite vivir y experimentar la vida. Y, jusnto al cuerpo, nuestra alma también envejece, siente y recuerda. Necesita afecto, atención y ser cuidada tanto como el cuerpo. ¿Estamos haciendo lo suficiente para ello?
La realidad demográfica, por su lado, es que nuestros adultos mayores son cada vez más longevos, sí, pero invisibles. Viven más, pero en condiciones de fragilidad: con pensiones bajas, acceso limitado a salud, y una red de apoyo que se reduce con los años y la distancia a los centros urbanos. Como trabajadora social, veo cada día cómo el abandono y la indiferencia afectan no solo el cuerpo, sino también el espíritu. La soledad, la falta de alguien que los escuche, la pérdida de sentido de la propia existencia, son formas silenciosas de desnutrición que no aparecen en las estadísticas.
Cuidar a nuestros adultos mayores no es hacerles un favor: es un mínimo humanos, es un acto de justicia.
Una sociedad que honra a sus mayores honra también su propia historia. Necesitamos políticas públicas que comprendan esta dimensión integral del ser humano, equipos profesionales preparados especialmente; en los municipios y servicios de salud donde sean necesarios, también necesitan el apoyo de la iglesia local, de sus familias y vecinos, todos comprometidos con devolverle la dignidad al envejecimiento.
Mi llamado es claro: que la longevidad no se convierta en una condena, sino en una etapa plena de vida y propósito. Porque cada persona mayor sigue siendo un alma valiosa, capaz de amar, enseñar, soñar y ser parte activa del tejido social.
«Tú no solo tienes un alma, tú eres un alma que tiene un cuerpo».